domingo, octubre 14, 2007

Hacer un cristiano hoy (por don Casimiro López)


Queridos diocesanos:

Nuestra Iglesia diocesana de Segorbe-Castellón se ha propuesto como tarea prioritaria poder ayudar a nuestros bautizados a vivir de verdad su ser y su espíritu cristiano, es decir la comunión con Dios en Cristo en comunión con los demás creyentes, y su compromiso en la misión de la Iglesia, la evangelización. Uno de los medios para lograr este fin será renovar y potenciar la iniciación cristiana según las orientaciones de la Iglesia y hacer de la catequesis un proceso continuo de crecimiento y maduración en la fe y vida cristianas.

Con frecuencia constatamos, con cierta tristeza y desazón, que los que han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía), no llegan a ser discípulos fieles de Jesús y testigos suyos en la Iglesia y en el mundo. Por ello surge la pregunta: ¿Cómo hacer hoy un cristiano? Desde hace algunos años estamos encontrando dificultades crecientes para engendrar y tallar en la fe a las nuevas generaciones.

El ambiente familiar es muchas veces indiferente, tibio o, al menos, insuficiente para la educación y transmisión de la fe. La enseñanza religiosa en la escuela y la catequesis infantil y juvenil no logran que se personalice la fe y se madure la vida cristiana, personal y comunitaria.

La iniciación a la fe que reciben hoy muchos bautizados es un proceso discontinuo e incompleto, que difícilmente puede asegurar consistencia y coherencia cristiana. La fe o, al menos, la práctica religiosa y la coherencia de vida de muchos naufragan o quedan reducidas a un residuo en un contexto poco favorable a la fe cristiana.

La Iglesia tuvo durante siglos de paganismo ambiental un proceso de iniciación sólido, bien trabado y completo, que acogía a los candidatos a las puertas de la fe, los acompañaba a lo largo de varias etapas y los conducía a una fe adulta. La iniciación ofrecía eficazmente a los nuevos cristianos una adhesión firme a Jesucristo, una vinculación estable a la Iglesia, una participación asidua en la vida sacramental, una vertebración de los contenidos doctrinales del mensaje cristiano, un programa de conducta moral, una dirección para el compromiso cristiano y una experiencia de oración individual y litúrgica.

Es cierto que la diferencia entre aquellos tiempos y los nuestros es abismal. Aquel era un mundo pagano, pero religioso. La semilla de la fe prendía en la tierra de una rica religiosidad. Pero, la atmósfera social de hoy es muy propicia para la increencia o la indiferencia religiosa. Solo una iniciación cristiana seria, progresiva y orgánica puede asegurar, bajo la continua acción transformadora de la gracia, que emerjan cristianos del el siglo XXI. ¿Cuántos estaremos dispuestos a este exigente recorrido que nos propone nuestra Iglesia dócil a la voz del Espíritu?

Con mi afecto y bendición


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