domingo, abril 20, 2008

Manuel Siguenza pintó paisajes de "El Espadán", "La Cueva Santa" y "Segorbe" entre otros lugares palantinos que están expuestos en Valencia


El Mercantil Valenciano: "Manuel Sigüenza, una buena aunque tardía recuperación"

Ha sido una auténtica sorpresa para mí cuando, al visitar mi querido barrio del Carmen adentrándome por los impresionantes claustros del convento, me encuentro con la interesante exposición que en estos días nos presenta a Manuel Sigüenza Alfonso (Valencia 1870-1964».

Y una vez más ha sido Miguel Ángel Catalá el que, con esta bien sistematizada muestra y con un esmerado catálogo, nos ha rescatado de la penumbra a este magnífico personaje, muy apreciado en su época y enormemente implicado en el mundo artístico valenciano de la primera mitad del siglo siglo XX, en gran medida coloreado por la Renaixença.

Su espíritu de trabajo, fuera de vanidades sociales y de aspiraciones crematísticas, por un lado; y su dedicación a la enseñanza a lo largo de su vida por imperativos familiares, hizo que su obra estuviese olvidada hasta hace poco. Ejerció la docencia en la Escuela de Artesanos, como catedrático en la Academia de San Carlos y en la suya particular en la calle del Mar 29. Su talante social y caritativo le llevó igualmente a enseñar en el Colegio de Sordomudos, Grupo Cervantes y en las Casas de la Misericordia y Benifeciencia.

La incorporación reciente a la Generalitat de tres valiosos óleos y de su archivo personal donado por sus herederos ha hecho posible a la Conselleria de Cultura organizar esta exposición, a la que se han sumado óleos de colecciones particulares.

Dada su longeva existencia, naciendo el mismo año que Fillol y Mongrell, Sigüenza llegó a tocar la época del mayor esplendor de la Escuela Valenciana: Sorolla, Benlliure, Agrasot, Muñoz Degraín... Por su excesiva modestia podemos calificarlo, según L. Massóni, «levantino en sombra» como Gabriel y Miró, Azorín, Juan Porcar, y en ciertos aspectos Salvador Giner: opuestamente a otros valencianos más exultantes como Blasco Ibáñez, Sorolla, Benlliure, Tuset y el mismo Segrelles. Tuvo dos grandes maestros, el insigne Pinazo Camarlench y José Aisa, el gran restaurador de La Lonja.

Su obra, dentro de la corriente regionalista, se nos presenta como un abanico del periplo de su larga vida. Paisajes y marinas de Cantabria, la catedral de Santander, algunos lienzos de Roma como la iglesia de Aracoeli en el Capitolio y de otras ciudades humildes de Italia.

Pero sobre todo, ofrece visiones realistas de nuestra tierra. Así cuando veranea en Castellnovo, como irradiando, nos presenta cuadros de este entorno. Del Espadán, de la Cueva Santa, de Montán, de Segorbe, todos tratados con especial cariño. También nos revela una predilección por temas folklóricos y populares, como el toque de Gloria en la plaza de la Mare de Déu, el encuentro en Burjassot por Pascua y otros similares. Pero donde verdaderamente se explaya es en la pintura de jardín; disfruta recreando numerosos temas del entrañable jardín de su chalet en Burjassot donde pasa mucho tiempo libre.

A pesar de su modestia no fue taciturno sino todo lo contrario, implicándose en numerosas instituciones culturales como ya en 1916 en la Juventud Artística, Lo Rat Penat y programas culturales de Ayuntamiento, la Feria de Julio, etc. Era correspondiente de las academias de Coimbra, Bolonia, Buenos Aires y otras instituciones culturales extranjeras.

Miembro fundador del Círculo de Bellas Artes, fue uno de aquellos que salvaron los Goyas de la Catedral, con riesgo de su vida en las dolorosas jornadas de la guerra civil. Pero sobre todo fue en la Real Academia de San Carlos, como académico y catedrático, donde resplandeció con luz propia este levantino de la sombra, afortunadamente hoy recuperado.
* Canónigo de la Seo.

El Mercantil Valenciano

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