Diez años sin Miguel Angel Blanco
El primero de ellos fue una manifestación convocada por la Fundación Miguel Ángel Blanco, a la que asistieron los familiares del concejal asesinado, dirigentes del partido en el que militó y unas 3.000 personas, según la información del diario El País.
El segundo, un acto del Ayuntamiento convocado en el parque San Pelaio, junto al monumento conmemorativo de Agustín Ibarrola, asistieron concejales de todos los partidos con representación en la localidad, el portavoz del PSOE en el Congreso, Diego López Garrido; los dirigentes del PSE Patxi López y Rodolfo Ares; el delegado del Gobierno, Paulino Luesma y unas 200 personas. Por exigencia del PNV fue eliminada del comunicado la referencia al 'espíritu de Ermua' que habían propuesto los concejales del PP. La soledad del PP era esto, si me permiten una paráfrasis impropia.
Llama poderosamente la atención que ayer, aniversario de un día que conmovió a toda España y puso a Ermua en el mapamundi como la capital del dolor y de la rebeldía cívica contra la barbarie, el alcalde de Madrid asistiera a la manifestación de la Fundación Miguel Ángel Blanco y no lo hiciera el alcalde de Ermua, el hombre que mejor encarnó el espíritu de Ermua en aquellos tres días de julio.
Ni un solo ministro acudió a ninguno de los dos actos. Sólo tenía una excusa razonable el del Interior, que estaba deteniendo etarras. El presidente del Gobierno envió al acto del Ayuntamiento una carta de adhesión:
Durante el acto, que se desarrolló frente al monumento en memoria de las víctimas del terrorismo, el alcalde Carlos Totorika ha leído un comunicado del presidente del Gobierno, en el que José Luis Rodríguez Zapatero, expresa su "profunda solidaridad" con los vecinos de Ermua y manifesta que las movilizaciones de hace diez años "fueron, son y serán siempre un símbolo de la voz del pueblo frente al terror".
El presidente ha ignorado el protocolo más elemental del duelo. No se entiende, en efecto, que se solidarice con los vecinos del concejal asesinado, sin hacerlo previa y preferentemente con la familia de Miguel Ángel y el partido en el que militó. No tiene mucho sentido darle el pésame a los vecinos o al equipo de fútbol del difunto y no tener una palabra para sus familiares y el partido. Alguien debería informar al presidente de que Miguel Ángel Blanco no fue asesinado por ser de Ermua, sino en su condición de concejal del Partido Popular.
Hay un modelo para estos comportamientos:
El 23 de febrero de 2000, al día siguiente del asesinato, Arzalluz visita la capilla ardiente donde se exponen los restos mortales de Buesa. Le velan compañeros del Partido Socialista, como su amigo Javier Rojo, Txiki Benegas, Ramón Jáuregui y Rosa Díez. También algunos familiares, entre los que está su hermano Jon, afiliado al PNV que la víspera había mostrado una sobrecogedora falta de emoción al comentar en los informativos de ETB el asesinato de su propio hermano.
Acompañan a Arzalluz algunos miembros del EBB, como José Antonio Rubalkaba y Joseba Egibar. Los visitantes nacionalistas pasan junto a los correligionarios de la víctima sin saludarles y sin darles el pésame. Después de permanecer un momento frente al féretro, Arzalluz inicia la retirada, seguido por los suyos. Cuando está a punto de alcanzar la puerta, Rubalkaba se adelanta y le retiene: “Ven. Ven a saludar a Jon Buesa.” Arzalluz vuelve sobre sus pasos, abraza a Jon Buesa y se marcha, pasando por cuarta vez frente a los estupefactos dirigentes socialistas sin dirigirles la palabra ni la mirada. ('Palabra de vasco', Santiago González. Espasa, 2004)
Tras sucesos como estos se generalizaban expresiones como "todos somos Miguel Ángel Blanco" y se hizo tópico del columnismo "hoy, todos somos del PP", aunque no deban añorarse. No eran verdad tampoco entonces.