Opinión de Miguel Barrachina: "Socialismo simpático"
Sorprende que el calamitoso gobierno socialismo que nos ha llevado a los 4.166.000 parados oficiales –4.643.000 oficiosos- mantenga aún altas cotas de simpatía electoral.
Aunque la totalidad de las encuestas dan al Partido Popular vencedor en elecciones generales con una ventaja creciente, que pronto alcanzará los diez puntos, lo cierto es que Rodríguez Zapatero merece un castigo mayor en virtud del empobrecimiento nacional en el que nos ha situado.
La desventaja de combatir electoralmente al socialismo es el uso que este hace de fines y objetivos compartidos por la amplia mayoría de la sociedad y, aunque luego, en la práctica gubernamental, ni se alcanzan ni se acercan a ellos, muchos seguirán declarándose “socialistas” por la filosofía y los principios que subyace a tan catastrófica gestión.
El premio Nobel de Economía Friedricch A. Hayeck escribía en “Camino de Servidumbre” en 1944, y sigue hoy siendo válido, que el concepto de socialismo puede tan solo significar su parte idealizada, es decir, la búsqueda de la justicia social, mayor igualdad y seguridad, que son sus fines últimos, y presentarlos completamente desvinculados de su desastrosa ejecución.
Denunciaba Hayeck que sus loables objetivos aparecen desligados del método particular por el que se tratan de alcanzar, que van desde el arrinconamiento de la iniciativa privada a la planificación económica.
Así, aún cuando la práctica de la política socialista logra lo contrario de lo prometido –aumento de la pobreza y crecimiento de las desigualdades, con González y con Zapatero- parte de sus utópicos seguidores piensa en los fines y no en sus resultados. Es el pensamiento progresista.
Solo así tiene explicación que, mientras Europa inició la recuperación hace meses, aquí encadenemos ocho subidas consecutivas del paro, con un aumento de 600.000 desempleados reales en un año –las cifras oficiales excluyen a los parados perceptores del PER, los que están en cursos, los de disponibilidad limitada o los incursos en EREs- y los apoyos sindicales y “artísticos” del gobierno no se resientan.
Zapatero pone, como ya hizo González, las pensiones en riesgo, con dos millones de bajas en la Seguridad Social, y un gobierno popular las volverá a salvar, sin embargo los conceptos de “igualdad”, “solidaridad” y “lucha contra la pobreza” seguirán patrimonializados por quienes los destruyen, nuestros desbordados gobernantes.
Es la distancia entre la teoría y la práctica. Zapatero es de los primeros, Mariano Rajoy será un presidente de los segundos, más eficaz y de resultados que de florituras lingüísticas y “buenismos”.
Aunque la totalidad de las encuestas dan al Partido Popular vencedor en elecciones generales con una ventaja creciente, que pronto alcanzará los diez puntos, lo cierto es que Rodríguez Zapatero merece un castigo mayor en virtud del empobrecimiento nacional en el que nos ha situado.
La desventaja de combatir electoralmente al socialismo es el uso que este hace de fines y objetivos compartidos por la amplia mayoría de la sociedad y, aunque luego, en la práctica gubernamental, ni se alcanzan ni se acercan a ellos, muchos seguirán declarándose “socialistas” por la filosofía y los principios que subyace a tan catastrófica gestión.
El premio Nobel de Economía Friedricch A. Hayeck escribía en “Camino de Servidumbre” en 1944, y sigue hoy siendo válido, que el concepto de socialismo puede tan solo significar su parte idealizada, es decir, la búsqueda de la justicia social, mayor igualdad y seguridad, que son sus fines últimos, y presentarlos completamente desvinculados de su desastrosa ejecución.
Denunciaba Hayeck que sus loables objetivos aparecen desligados del método particular por el que se tratan de alcanzar, que van desde el arrinconamiento de la iniciativa privada a la planificación económica.
Así, aún cuando la práctica de la política socialista logra lo contrario de lo prometido –aumento de la pobreza y crecimiento de las desigualdades, con González y con Zapatero- parte de sus utópicos seguidores piensa en los fines y no en sus resultados. Es el pensamiento progresista.
Solo así tiene explicación que, mientras Europa inició la recuperación hace meses, aquí encadenemos ocho subidas consecutivas del paro, con un aumento de 600.000 desempleados reales en un año –las cifras oficiales excluyen a los parados perceptores del PER, los que están en cursos, los de disponibilidad limitada o los incursos en EREs- y los apoyos sindicales y “artísticos” del gobierno no se resientan.
Zapatero pone, como ya hizo González, las pensiones en riesgo, con dos millones de bajas en la Seguridad Social, y un gobierno popular las volverá a salvar, sin embargo los conceptos de “igualdad”, “solidaridad” y “lucha contra la pobreza” seguirán patrimonializados por quienes los destruyen, nuestros desbordados gobernantes.
Es la distancia entre la teoría y la práctica. Zapatero es de los primeros, Mariano Rajoy será un presidente de los segundos, más eficaz y de resultados que de florituras lingüísticas y “buenismos”.
Foto Zapatero gentileza de generacion.com
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