miércoles, septiembre 19, 2012

Hoy que se habla de Carrillo es preciso recordar la humanidad de un hombre como MELCHOR RODRIGUEZ GARCÍA

El pasado 14 de febrero, se cumplió el aniversario de la muerte de Melchor Rodríguez García. Supongo que a la mayor parte de lectores no les sonará ni remotamente este nombre, condenado al olvido por los Hunos y por los Hotros, como diría Unamuno, otra figura que en el mismo período histórico también representó la dignidad de la tercera España en medio de los sectarismos enfrentados con las armas.

Yo no coincido con las ideas políticas de Melchor, pero eso no me impide decir, alto y claro, que el suyo debería ser hoy un nombre conocido, que se enseñase en nuestra historia, que tuviera un reconocimiento general. En la mayor parte de los países sería así, no me cabe duda. Pero nuestra memoria oficial es experta en el olvido de los mejores y en falsear y mitificar la trayectoria de los peores para presentarles como lo que no fueron.

Aquí no tenemos ningún Spielberg que le haga una película, pero este anarquista andaluz salvó en Madrid durante la guerra civil más vidas que Schindler y protagonizó, con arrojo personal, algunos de los contados episodios de dignidad que pueden recordarse en aquel cúmulo de atrocidades cometidas por ambos bandos. Sólo el periodista Alfonso Domingo preparó un interesante proyecto de documental, que sigue inédito, porque para esta otra memoria histórica, me temo que no encontrará fácilmente apoyos. Al menos espero que no tarden en publicarse algunos de los varios libros que, desde distintas perspectivas y géneros, abordan esta figura, incómoda para el discurso dominante, y que me consta andan esperando la decisión de algunas editoriales.

Melchor nació en Triana (Sevilla) en 1893. Quedó pronto huérfano de padre, por lo que se vio obligado a ponerse a trabajar muy joven para paliar la pobreza en la que se desenvolvía su familia. Así, tras estudiar en la escuela del asilo hasta los 13 años, comenzó luego a trabajar como calderero en un taller sevillano. Una de las facetes curiosas de su vida es que probó suerte en el toreo, pero se retiró en 1920.

Ese año llega a Madrid y se vuelca en su trayectoria sindicalista. Inicialmente se había afiliado a CNT, luego estuvo en UGT durante algún período de prohibición de la central anarcosindicalista y volvió al anarquismo, siendo uno de los primeros integrantes de la FAI.

Proclamada la República, desplegó una intensa actividad sindicalista, dirigiendo movilizaciones y huelgas obreras, escribiendo artículos en la prensa anarquista y participando en varios mítines como brillante orador. En ese período ya da muestras de su sentido humanista, cuando en un artículo publicado en 1932, muestra su actitud de crítica hacia el clima de violencia que se vivía y las muertes ocasionadas por la represión.

Tras el estallido de la guerra, los anarquistas colaboran con el gobierno frente a los sublevados y Melchor Rodríguez fue nombrado en otoño responsable de prisiones. Melchor intenta entonces detener las sacas de los centros penitenciarios madrileños, esto es, los traslados y asesinatos masivos de presos que se producían estando el comunista Santiago Carrillo al frente del Consejo de Orden Público y el socialista Ángel Galarza en el Ministerio de la Gobernación. Melchor prohibió terminantemente en lo sucesivo los traslados nocturnos de reclusos, exigiendo su firma y sello para cualquier movimiento de presos, impuso normas a las milicias que operaban en las cárceles y dio pasos para tomar el control efectivo de las mismas. Esta postura firme frente a los asesinatos le valió el choque con los dirigentes y las milicias comunistas y acusaciones de quintacolumnismo. El primer enfrentamiento se saldó con su dimisión a cuatro días de su nombramiento. Pero, tras presiones internacionales y del Tribunal Supremo, el Ministro de Justicia del Gobierno republicano, el anarquista García Oliver, le pidió que retomase el cargo con plenos poderes, por lo que en ese momento volvió reforzado. Carillo fue cesado y Melchor Rodríguez consigue así acabar con el terror en las cárceles e imponer garantías en el trato a los prisioneros de guerra. En este pulso, Melchor había llegado a parar en el puente de Ventas a punta de pistola la última de estas negras expediciones que acababan en las fosas comunes de Paracuellos del Jarama.

Pero no fue ésa la única vez que corrió peligro personal para imponer su autoridad y detener este tipo de crímenes. Tras un duro bombardeo de la aviación franquista sobre la población civil que ocasiona muertos y heridos, una multitud de doscientas personas, entre ellos numerosos milicianos armados, pretende asaltar la cárcel de Alcalá de Henares y matar en venganza a los 1.500 reclusos. Melchor Rodríguez, con riesgo de su propia vida, se pone delante e intenta contener las iras. Se enfrenta a la masa para defender a sus enemigos políticos encarcelados, asegurando que no permitirá un asesinato masivo. Llega a amenazar a los congregados con que, si intentan el asalto, ordenará repartir armas a los presos para que puedan defenderse. Tras horas de tensión, consiguió contener la indignación popular y evitar una matanza. Sus actuaciones le valieron el sobrenombre de El Ángel Rojo.

En marzo de 1937 es relevado de la dirección de prisiones y nombrado concejal del Ayuntamiento de Madrid, cargo en el que se mantiene hasta acabar la guerra. Algunas fuentes señalan que fue designado alcalde (quizá sólo con carácter accidental) por el General Casado ya en la etapa final (aunque he visto que no aparece en los listados de alcaldes en la web del Ayuntamiento) y, tras la derrota, tuvo que entregar el Ayuntamiento madrileño a las fuerzas nacionales.

Como no había huído, fue detenido y procesado por las tropas franquistas. A pesar de los numerosos testimonios que durante el juicio prestaron personas del bando nacional a su favor por su valerosa actuación -Melchor no sólo no intervino en nigún crimen de guerra, sino que los evitó-, fue condenado por el mero hecho de haber participado en la administración republicana, a treinta años de cárcel he leido en algunos sitios y a seis en otros. El caso es que permaneció en prisión cerca de dos años hasta ser finalmente indultado.

Durante los años posteriores, se ganó la vida trabajando como agente de seguros, en medio del respeto general de quienes habían sido sus correligionarios y de quienes habían sido sus adversarios.

Hay testimonios que señalan que nunca renegó de sus ideas y que durante la posguerra trabajó a favor de varios comités clandestinos. Entre la Monarquía, la República y la dictadura franquista, había sufrido en su vida más de treinta detenciones.

Murió el 14 de febrero de 1972. Gentes procedentes de uno y de otro bando, sus compañeros de militancia y aquellos enemigos a los que había salvado la vida, coincidieron aquel día en su entierro, porque no en vano Melchor es un símbolo de reconciliacion. Fue enterrado con un crucifijo y con la bandera rojinegra de la CNT. Se rezó un multitudinario Padrenuestro y cuentan algunos testimonios de la época que al final, algunos falangistas auténticos -es decir, los fieles al pensamiento joseantoniano y opuestos al franquismo- y algunos anarcosindicalistas unieron sus voces cantando en recuerdo de Melchor la vieja canción anarquista Negras Tormentas. Así, con la bella música de la Varsoviana, en plena dictadura, sonaron aquel día en Madrid para Melchor Rodríguez aquellas estrofas: "El bien más preciado es la libertad, / hay que defenderla con fe y valor..."

Más de treinta años después de esa muerte, en la capital de España no hay ni un triste monumento, ni una triste placa, ni un triste hueco en el callejero para quien fue su concejal, que vivió y trabajó toda su vida en la ciudad y que aquí llevó a cabo algunos de sus comportamientos más ejemplares.

Casi coincidiendo con el aniversario de su fallecimiento, hace unos días, en la noche madrileña, un pequeño grupo de ciudadanos de a pie, españoles anónimos, protagonizaron una modesta acción que tenía el sabor dulce de la clandestinidad y de la libertad. Quisieron que -hasta que alguien se dé cuenta y el SELUR actúe- en una calle de Madrid estuviera algunas horas o algunos días el nombre de Melchor. Por eso, la calle de Fomento, donde se ubicó una de las más sanguinarias checas durante la guerra, pasó a llamarse esa noche calle de Melchor Rodríguez.

Luego dicen que celebraron este gesto humilde y rebelde con unas cañas en una taberna madrileña, brindando por la reconciliación y por la dignidad. A la salida, sintiendo el viento de la noche, me cuentan que les pareció que se había hecho un poquito, sólo un poquito, de justicia histórica.

(Fotografía de Melchor Rodríguez original de Alfonso).


Fuente: lanotadiscordante.blogspot.com Carlos Javier Galán

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