Morir por la OTAN, de Gregorio Morán en La Vanguardia
No creo que haya una muestra más evidente del desconcierto político en el que nos movemos que Afganistán. Desconcierto político e ideológico. ¿Qué demonios están haciendo los soldados españoles en Afganistán? ¿Qué demonios están haciendo todos en Afganistán? ¿De verdad hay alguien tan falto de sustancia como para pensar que en lugar tan inhóspito, lejano y miserable se está defendiendo la civilización occidental? De ser así, más valdría que nadie la defendiera, porque no merece la pena ni tomarse la molestia. Entonces, ¿qué defendemos en Afganistán? Nada. En Afganistán no defendemos nada porque allí no hay nada que defender. En el mejor de los casos se defienden ellos mismos. ¿Y de quién se defienden? ¿De los principales productores de heroína del mundo?
¿Del ejército en la sombra de Al Qaeda? ¿De los terroristas suicidas? Nada de eso. Los productores de heroína forman la base que nutre la economía afgana.
Los expertos confirman que desde hace siete años no hay allí miembros de Al Qaeda. Y los terroristas no son más que militantes contra las fuerzas extranjeras de ocupación.
Sería necesario que alguien nos explicara para qué están las tropas internacionales en Afganistán y muy en concreto las españolas. Con este ánimo me incliné a seguir atentamente el debate entre las fuerzas políticas y la ministra del Ejército, en la confianza de que al fin me enteraría de algo, pero sigo igual de desazonado. El presidente Zapatero, hombre locuaz y habilidoso, ha seguido un sistema de cándida perversidad para dar la vuelta a las críticas, consistente en cambiar el sentido de las cosas. Así, por ejemplo, si yo digo que Carme Chacón como ministra del Ejército me parece lo más cercano a un pingüino instalado en el paseo de la Castellana, se me objetará que eso es machismo y que una mujer puede perfectamente ser ministra del Ejército. Y la verdad es que nunca se me ha ocurrido pensar si es bueno o malo que una mujer sea ministra o secretaria de Estado, depende de quién. Yo lo único que afirmo es que la señora Chacón me parece absolutamente incompetente para el cargo, por formación y trayectoria. Tengo para mí que no tardando mucho el presidente Zapatero alcanzará el rizo supremo de esta política de la confusión del sentido de las críticas, y eso surgirá el día que nombre a un afectado por el síndrome de Down ministro de Economía, o de Cultura, o de cualquier cosa, siempre y cuando sea conflictiva. No me cabe ninguna duda de que hay personas con el síndrome de Down de más reconocida inteligencia que algunos ministros y ministras. Sin duda, podría incluso poner ejemplos. Pero la cándida perversidad está en que a un ministro con síndrome de Down usted no le podrá criticar sin correr el riesgo del desdén por su discapacidad; le critica porque se siente superior y está humillando públicamente a un discapacitado.
Las explicaciones de la ministra Chacón tienen ese aire zapateril que siempre me deja un tanto mosqueado, en la duda de si me están tomando el pelo o piensan que soy idiota; que no es lo mismo aunque se parezca. Yo creo que es la primera vez que coincido en algo con el diputado Llamazares cuando, con esa voz suya que le imposibilita para la oratoria, le reprochó “insultar a la inteligencia de los diputados”. Ya tiene que ser exagerado el volumen de simplezas en boca de la titular del Ejército para ofender a los diputados en asunto tan anómalo como la inteligencia. Habría muchas perlas para escoger, pero yo me quedo con dos, obra sin ninguna duda de algún asesor afecto y bien pagado, proveedor de frases como la dedicada a la nueva estrategia de Obama, consistente, según ella, en “ganarse los corazones de los afganos”. Tarea, pienso yo, que promoverá sin demasiado éxito el cuerpo de cardiólogos del ejército de Estados Unidos.
Pero me quedo con la otra expresión de rasgos cesarianos, de seguro que el plumilla estudió latín en el seminario: “Vamos más para regresar antes”. Esta exige una explicación, como ocurría antaño cuando traducíamos a duras penas a Julio César y su Guerra de las Galias -en el bachillerato, nada de licenciaturas en clásicas; lo digo con la sensación de hacer el ridículo y parecer que éramos unos esforzados a tenor de cómo está el patio ahora-.
“Vamos más” significa que el Gobierno ha decidido aumentar los soldados españoles en Afganistán, cifrados actualmente en mil y pico; lo del pico es de mi cosecha porque hay una cierta indeterminación de destinos y funciones. Lo de “para regresar antes” juzgo que se trata de una declaración de intenciones sin la más mínima base real. ¿Por qué volverán antes? ¿Porque se habrá terminado la misión en Afganistán? Aquí entramos en el meollo. ¿Cuál es la misión en Afganistán? Luchar frente a los talibanes, expresión arcaica que aún se emplea por acá, ya han dejado de usarla los norteamericanos, sustituyéndola por el más evidente de “la insurgencia”. Nosotros todavía estamos a millas de tal acercamiento semántico a la realidad; según la ministra se trata de “delincuentes comunes”. Pero este enmascaramiento de la realidad alcanza cotas surrealistas al negarse a admitir que en Afganistán hay guerra y que las tropas españolas participan en ella. Cuando el diputado Duran Lleida se lo recordó, la indignación de la ministra fue tal que hizo como la gente de baja estofa, recordarle las intimidades del pasado. ¡Qué personal, lo rascas un poco y sale el trepa implacable que llevan dentro! Ni un gesto de honor, o de respeto. ¡Como en la guerra! ¡Ellos, tan pacíficos, que mandan a sus soldados armados hasta los dientes para hacer de misioneros de la paz! Me imagino a los mandos perplejos ante las palabras de nuestra Clausewitz de Esplugues de Llobregat: “Nuestros soldados anteponen la seguridad de los civiles a su propia seguridad”. Es lo que ocurre cuando alguien habla de algo sobre lo que no tiene ni zorra idea.
En Afganistán hay una guerra. La declaró Bush el tonto, rodeado de listos, en el 2001, porque aseguraban que ahí estaba Bin Laden. Pero como no lo encontraron siguieron allí, se supone que buscándole en una guerra tan peculiar como el país donde se desarrolla. Una guerra que se sabe que no se puede ganar, y que se trata de no perder. Lo dice con precisión castrense el máximo mando norteamericano, general McCrystal. Cuando Estados Unidos llegó a esa conclusión de que no podían ganar y retirarse era perder, utilizaron a la OTAN, que para eso está, e hicieron a todos los países miembros de la Alianza Atlántica copartícipes de la guerra, para que asumieran los gastos y los riesgos. Como esto es muy difícil de explicar a poblaciones que votan con regularidad, entonces se logró un consenso general sobre la defensa de Occidente y los riesgos de la vuelta de los talibanes al poder. Incluso con notables compensaciones se logró que países como Suecia y Finlandia mandaran tropas no operativas, que no es el caso de España.
No hay que engañar a la gente. España, su gobierno, el ejército, la opinión pública, nadie tiene ni la más mínima posibilidad de retirar sus tropas de Afganistán, porque forman parte de la OTAN. Ese es un compromiso irrenunciable, aunque no les guste nada recordarlo a los heroicos defensores de Occidente cuando votaron en el referéndum de 1986 sobre el ingreso de España en la Alianza.
Es la OTAN la que nos mantiene en Afganistán y las parodias democráticas como las elecciones del 20 de agosto son demasiado burdas para que alguien pueda creérselas, por más que España mandara a 500 soldados para ¡proteger las urnas! Fíjense si la estafa será grande que cuando el aparato político de la OTAN hizo un guiño a la opinión y llegó a afirmar que hubo tongo y que el candidato oficial, el presidente Karzai, no alcanzaba el 50% de los votos y se hacía necesaria una segunda vuelta, bastó que Karzai dijera algo así como ¡qué os habéis creído, fantasmas!, para que del absurdo recuento electoral no quedara nada.
Conviene no olvidarlo para todo lo que pueda venir. Los soldados españoles luchan y mueren por la OTAN. Y la OTAN es el principal sostenedor del “narcoestado afgano”. La definición es de Hillary Clinton. Las conclusiones, de cada cual.
Fuente: elcomentario.tv
¿Del ejército en la sombra de Al Qaeda? ¿De los terroristas suicidas? Nada de eso. Los productores de heroína forman la base que nutre la economía afgana.
Los expertos confirman que desde hace siete años no hay allí miembros de Al Qaeda. Y los terroristas no son más que militantes contra las fuerzas extranjeras de ocupación.
Sería necesario que alguien nos explicara para qué están las tropas internacionales en Afganistán y muy en concreto las españolas. Con este ánimo me incliné a seguir atentamente el debate entre las fuerzas políticas y la ministra del Ejército, en la confianza de que al fin me enteraría de algo, pero sigo igual de desazonado. El presidente Zapatero, hombre locuaz y habilidoso, ha seguido un sistema de cándida perversidad para dar la vuelta a las críticas, consistente en cambiar el sentido de las cosas. Así, por ejemplo, si yo digo que Carme Chacón como ministra del Ejército me parece lo más cercano a un pingüino instalado en el paseo de la Castellana, se me objetará que eso es machismo y que una mujer puede perfectamente ser ministra del Ejército. Y la verdad es que nunca se me ha ocurrido pensar si es bueno o malo que una mujer sea ministra o secretaria de Estado, depende de quién. Yo lo único que afirmo es que la señora Chacón me parece absolutamente incompetente para el cargo, por formación y trayectoria. Tengo para mí que no tardando mucho el presidente Zapatero alcanzará el rizo supremo de esta política de la confusión del sentido de las críticas, y eso surgirá el día que nombre a un afectado por el síndrome de Down ministro de Economía, o de Cultura, o de cualquier cosa, siempre y cuando sea conflictiva. No me cabe ninguna duda de que hay personas con el síndrome de Down de más reconocida inteligencia que algunos ministros y ministras. Sin duda, podría incluso poner ejemplos. Pero la cándida perversidad está en que a un ministro con síndrome de Down usted no le podrá criticar sin correr el riesgo del desdén por su discapacidad; le critica porque se siente superior y está humillando públicamente a un discapacitado.
Las explicaciones de la ministra Chacón tienen ese aire zapateril que siempre me deja un tanto mosqueado, en la duda de si me están tomando el pelo o piensan que soy idiota; que no es lo mismo aunque se parezca. Yo creo que es la primera vez que coincido en algo con el diputado Llamazares cuando, con esa voz suya que le imposibilita para la oratoria, le reprochó “insultar a la inteligencia de los diputados”. Ya tiene que ser exagerado el volumen de simplezas en boca de la titular del Ejército para ofender a los diputados en asunto tan anómalo como la inteligencia. Habría muchas perlas para escoger, pero yo me quedo con dos, obra sin ninguna duda de algún asesor afecto y bien pagado, proveedor de frases como la dedicada a la nueva estrategia de Obama, consistente, según ella, en “ganarse los corazones de los afganos”. Tarea, pienso yo, que promoverá sin demasiado éxito el cuerpo de cardiólogos del ejército de Estados Unidos.
Pero me quedo con la otra expresión de rasgos cesarianos, de seguro que el plumilla estudió latín en el seminario: “Vamos más para regresar antes”. Esta exige una explicación, como ocurría antaño cuando traducíamos a duras penas a Julio César y su Guerra de las Galias -en el bachillerato, nada de licenciaturas en clásicas; lo digo con la sensación de hacer el ridículo y parecer que éramos unos esforzados a tenor de cómo está el patio ahora-.
“Vamos más” significa que el Gobierno ha decidido aumentar los soldados españoles en Afganistán, cifrados actualmente en mil y pico; lo del pico es de mi cosecha porque hay una cierta indeterminación de destinos y funciones. Lo de “para regresar antes” juzgo que se trata de una declaración de intenciones sin la más mínima base real. ¿Por qué volverán antes? ¿Porque se habrá terminado la misión en Afganistán? Aquí entramos en el meollo. ¿Cuál es la misión en Afganistán? Luchar frente a los talibanes, expresión arcaica que aún se emplea por acá, ya han dejado de usarla los norteamericanos, sustituyéndola por el más evidente de “la insurgencia”. Nosotros todavía estamos a millas de tal acercamiento semántico a la realidad; según la ministra se trata de “delincuentes comunes”. Pero este enmascaramiento de la realidad alcanza cotas surrealistas al negarse a admitir que en Afganistán hay guerra y que las tropas españolas participan en ella. Cuando el diputado Duran Lleida se lo recordó, la indignación de la ministra fue tal que hizo como la gente de baja estofa, recordarle las intimidades del pasado. ¡Qué personal, lo rascas un poco y sale el trepa implacable que llevan dentro! Ni un gesto de honor, o de respeto. ¡Como en la guerra! ¡Ellos, tan pacíficos, que mandan a sus soldados armados hasta los dientes para hacer de misioneros de la paz! Me imagino a los mandos perplejos ante las palabras de nuestra Clausewitz de Esplugues de Llobregat: “Nuestros soldados anteponen la seguridad de los civiles a su propia seguridad”. Es lo que ocurre cuando alguien habla de algo sobre lo que no tiene ni zorra idea.
En Afganistán hay una guerra. La declaró Bush el tonto, rodeado de listos, en el 2001, porque aseguraban que ahí estaba Bin Laden. Pero como no lo encontraron siguieron allí, se supone que buscándole en una guerra tan peculiar como el país donde se desarrolla. Una guerra que se sabe que no se puede ganar, y que se trata de no perder. Lo dice con precisión castrense el máximo mando norteamericano, general McCrystal. Cuando Estados Unidos llegó a esa conclusión de que no podían ganar y retirarse era perder, utilizaron a la OTAN, que para eso está, e hicieron a todos los países miembros de la Alianza Atlántica copartícipes de la guerra, para que asumieran los gastos y los riesgos. Como esto es muy difícil de explicar a poblaciones que votan con regularidad, entonces se logró un consenso general sobre la defensa de Occidente y los riesgos de la vuelta de los talibanes al poder. Incluso con notables compensaciones se logró que países como Suecia y Finlandia mandaran tropas no operativas, que no es el caso de España.
No hay que engañar a la gente. España, su gobierno, el ejército, la opinión pública, nadie tiene ni la más mínima posibilidad de retirar sus tropas de Afganistán, porque forman parte de la OTAN. Ese es un compromiso irrenunciable, aunque no les guste nada recordarlo a los heroicos defensores de Occidente cuando votaron en el referéndum de 1986 sobre el ingreso de España en la Alianza.
Es la OTAN la que nos mantiene en Afganistán y las parodias democráticas como las elecciones del 20 de agosto son demasiado burdas para que alguien pueda creérselas, por más que España mandara a 500 soldados para ¡proteger las urnas! Fíjense si la estafa será grande que cuando el aparato político de la OTAN hizo un guiño a la opinión y llegó a afirmar que hubo tongo y que el candidato oficial, el presidente Karzai, no alcanzaba el 50% de los votos y se hacía necesaria una segunda vuelta, bastó que Karzai dijera algo así como ¡qué os habéis creído, fantasmas!, para que del absurdo recuento electoral no quedara nada.
Conviene no olvidarlo para todo lo que pueda venir. Los soldados españoles luchan y mueren por la OTAN. Y la OTAN es el principal sostenedor del “narcoestado afgano”. La definición es de Hillary Clinton. Las conclusiones, de cada cual.
Fuente: elcomentario.tv
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